Joana Serrat vuelve con energías renovadas, capaz de enfrentarse a cualquier cosa.
Cuando crees que todo está perdido, algo o alguien te alumbra. Durante el primer confinamiento Joana Serrat se temió lo peor. Quizás debía prepararse para un salto al vacío y abandonar sus tareas artísticas. No fue un caso único. Seguro que fueron muchos quienes sintieron algo parecido, porque no hay nada más cruel que la incertidumbre. Pero, una vez superados los miedos, esta valiente corredora de fondo aumento sus energías para enfrentarse al futuro que estaba por llegar y defender al máximo las canciones que escribió meses antes de que la pandemia hiciese parar a prácticamente el mundo entero. Seguramente, los largos paseos por el Parc Natural del Castell de Montesquiu la oxigenaron. Desde lo más alto del castillo, y mientras tomaba aire, calculaba el tamaño de la tierra y veía cuán pequeños somos con respecto a otros planetas. De repente, Joana se vio capaz de todo, podía vencer a cualquier gigante.
– Para empezar, quería preguntarte por tus primeras sensaciones tras la publicación del disco. La respuesta de la prensa ha sido brutal, unánime en el elogio. ¿Supongo que es una bonita recompensa al trabajo?
– Alguien me comentaba, hace unos días, si no era paradójico que un disco que viene de los infiernos conllevara tantas alegrías. Aunque parezca extraño, y aunque el proceso haya sido convulso, nunca perdí la visión artística del disco ni de mis canciones. Precisamente porque sentía que era un trabajo tan delicado (por toda su carga emocional) tenía que ser muy ambiciosa. En el estudio tuve claro que era un disco que podía funcionar muy bien en cualquier país, y así lo sentían también tanto Ted Young como Joey McClellan. Es muy reconfortante leer todas las buenas noticias que llegan con “Hardcore From The Heart” y me enorgullece mucho, tanto de mi misma como del trabajo hecho en equipo.
– Tras un año y medio con la música en directo casi en stand-by, tengo la sensación de que no tanto los músicos, pero sí la industria, le ha dado otra vez más importancia a los discos. ¿Qué opinas al respecto?
– Creo que estamos viendo los primeros efectos de un agotamiento digital. Es muy temprano aún para calibrar cuántos de nosotros estamos cada vez más desconectados de la realidad virtual paralela que individualmente hemos contribuido a crear, pero creo que irá en aumento en los años venideros. Por un lado, veo que la vorágine de los lanzamientos impera aún bajo las leyes dictatoriales del mundo digital, pero, por otro, estoy viendo que hay iniciativas con el espíritu de recuperación de las revistas clásicas en papel para establecer otra vez la obra artística como epicentro. Aunque la virtualidad irá creciendo y el mundo digital no está siendo efímero, veo la necesidad creciente de crear y establecer oasis de realidad del plano material.
– ¿Hasta qué punto influyó todo lo que hemos vivido estos largos meses en lo que ha acabado siendo el disco?¿Cómo fue el proceso?
– Es un disco de la era AC (Antes del Coronavirus). Lo grabé en marzo de 2019 en Denton (Texas). Las canciones las escribí entre 2017 (justo después de llegar de la grabación de mi cuarto álbum, “Dripping Springs”) y 2019, por lo que no hay rastro alguno de lo vivido durante la pandemia. Es importante recalcar esto. El proceso de composición lo viví como un proceso catártico aunque no sanador. Me refugié en mis canciones como necesidad de abocar una experiencia vital. Es el gesto más primitivo, compones porque por dentro estás rota.
– Ted Young como productor, Denton como punto de encuentro para grabar, músicos contrastados y algunos de ellos de fuera. ¿Cómo de importantes son todos estos factores para el resultado final del disco? Además, me consta que eres muy meticulosa a la hora de trabajar, siempre buscando el detalle.
– Decidí trabajar con Ted Young porque sentí que las canciones estaban muy unidas a él. Supe que sabría de dónde venían todas ellas. Conocí a Ted junto a Josh Flieschmann, Aaron McClellan, Eric Swanson, Israel Nash y Joey McClellan, en la grabación de “Dripping Springs” y puedo decir que es la experiencia más maravillosa que he vivido jamás. Él era el ingeniero y mezclador y –aunque no conste en el disco– también productor junto con Israel Nash, de este cuarto trabajo. Fue instintivo y sabía que él me llevaría a dónde necesitaba. Por un lado, no quería hacer otro disco con la sonoridad de “Dripping Springs”. Esta etapa estaba hecha y su testimonio vivencial estaba maravillosamente recogido en este disco. Tenía que alejarme de todo aquello porque el recuerdo de aquellos días tan felices me estaba matando. Necesitaba alejarme para poder avanzar, ya no sólo artísticamente sino también personalmente. La otra figura clave es Joey McClellan. Joey es un guitarrista excepcional y, cuando tocamos juntos, la magia tiene lugar. Las canciones se elevan a otra dimensión. Entiende perfectamente qué es lo que estoy comunicando, el lugar en el que me encuentro y dónde las canciones necesitan llegar. Por este motivo decidimos irnos a Denton al estudio que, junto McKenzie Smith (batería de St. Vincent, First Aid Kit y Sharon Van Etten, entre otros…), tienen en esa pequeña ciudad de Texas. Los detalles son importantes, son la esencia de quiénes somos, revelan y desvelan nuestras profundidades. Vienen de nuestros surcos más íntimos.
Fuente: Mondo Sonoro