Fue en el Teatro Romano de Mérida.
Puede sonar pomposo, pero podemos afirmar que el concierto de Vetusta Morla en el Teatro Romano de Mérida fue memorable. Es sabido que la banda madrileña posee uno de los mejores directos de nuestra escena, además de contar con un público fiel, apasionado y entusiasta. Si ese cóctel, que funciona a la perfección, le sumamos que la actuación se desarrollase en un sobrecogedor e incomparable escenario con más de dos mil años de antigüedad, tenemos todos los ingredientes para que la jornada se convirtiera en algo excepcional. Añádase la emotividad y tensión de tener que disfrutarlo sentado con –casi– la única posibilidad de aplaudir y agitar las manos. Por todo ello podemos afirmar que los casi 3.000 asistentes que nos aposentamos, cumpliendo todas las medidas sanitarias y de seguridad, en esas piedras ancestrales –con cojín de por medio, todo hay que decirlo– vivimos algo difícil de olvidar.
Por si no lo recuerdan, justo antes de que se declarase la pandemia, Vetusta Morla estaban inmersos en la gira de presentación de “MSDL – Canciones dentro de canciones” con un formato especial, un nuevo repertorio escogido y una impresionante (y costosa) escenografía. El laborioso proyecto estaba pensado para teatros y espacios en los que el público estuviera en su butaca. Lamentablemente solo se pudo llevar a cabo en cinco ocasiones y, por experiencia propia, puedo asegurar que aguantar la intensidad de sus canciones sentado, fue una prueba de contención casi insuperable. Sirva esta introducción para imaginar a lo que nos enfrentábamos.
Todo empezó con “Los días raros”, un título muy adecuado para definir lo que estamos viviendo. Aunque no sonó completo, cortaron el tema a la mitad, empalmándolo con el siguiente, pero el público lo recibió con tanto entusiasmo y se creó una conexión tan firme, que ese enlace solo acabaría dos horas después. Un inciso para resaltar la buena acústica del espacio y el gran trabajo de los técnicos, quienes, dadas las condiciones especiales del escenario y del espacio, no pudieron colocar las pantallas en las que habitualmente se proyectan los vídeos y las tomas del directo durante esta gira, pero lo resolvieron en tiempo récord con una iluminación-mapping realmente espectacular. El tema que unieron con “Los días raros” fue “Lo que te hace grande”, y esa sorprendente iluminación se unió a una nube de móviles encendidos que grabaron esa frase que Pucho normalmente cambia y que muestra la retroalimentación público-grupo: “tal vez lo que me hace grande es teneros enfrente otra vez”, y que miles de gargantas corearon chillando a través de las mascarillas. Esa novela gráfica musical titulada “Palmeras en la mancha” y la explícita “Golpe maestro”, dieron paso a que Pucho se dirigiera al público explicando que esta gira ha empezado después de dos años sin tocar en directo y con el propósito de apoyar a los trabajadores de la industria de la música y en favor de la cultura. Las emotivas “Consejo de sabios” y “Maldita dulzura” fueron muy celebradas y coreadas también, y funcionaron a la perfección como buena muestra de la comunión que siempre se establece con la banda en sus conciertos. Algo sublimado en la preciosa “Copenhague” que fue coreada de forma entusiasta por toda la audiencia.
“Fuego”, “Boca en la tierra” y “La vieja escuela” fue otra trilogía apabullante que puso a prueba la resistencia a permanecer en el sitio. En esta última, que de por sí es un homenaje a los músicos fallecidos, nombraron a Charlie Watts y hasta se les escapó un “(I Can’t Get No) Satisfaction”.
El momento de relajar el concierto llegó con ese vals de aroma folk que es “23 de junio”, y de nuevo nube de móviles. Pucho, que acaparaba toda la atención y que estuvo muy dinámico toda la noche, la cantó sentado en las piedras que bordeaban el escenario y desde ahí dirigió una coreografía protagonizada por el público. Al final puso en valor que únicamente pudiésemos bailar moviendo la cadera.
Una de las características de esta gira es que, en cada lugar, buscan la colaboración de músicos que trabajen en el folk. Explicaron que ya tienen un nuevo disco preparado que se titulará “Cable a tierra” y que eso les ha hecho mirar hacía la raíz donde han descubierto una gran riqueza. Así que, en esta ocasión, fueron algunos de los componentes del grupo extremeño El Pelujáncanu, recuperadores del folklore más ancestral, quienes les acompañaron para presentar “Finisterre”, esa canción de amor infinito que a primera escucha ya suena a clásico y que estará en su próximo trabajo. Pero nos esperaba otra sorpresa más, el estreno en directo de un tema de la banda sonora que han hecho de la película “La hija” de Manuel Martín Cuenca. Su título “Reina de las trincheras” y fue una deliciosa nana que resultó ideal para crear ese momento íntimo. A partir de ahí no hubo tregua. “Punto sin retorno”, “Mapas” –con un Pucho desatado que hasta se bajó del escenario para cantar relativamente cerca del público–, “Sálvese quien pueda”, “Valientes” y final con ese himno de apoyo al pueblo saharaui “Saharabbey Road” con el consabido estribillo que se coreó hasta bastante después de que el grupo abandonara el escenario.
Volvieron, pero primero solo Pucho y Guille que hicieron “Iglús” en acústico y sentados “solidarizándose” con el público. Después llegó el momento más emotivo del concierto porque sonó “Los abrazos prohibidos”, ese sincero homenaje a los trabajadores de la Sanidad Pública, que provocó una tremenda ovación a mitad de tema y otra, igual o mayor, al acabarlo. La recta final fue con la poderosa “La deriva”, en la que volvieron a cambiar una estrofa para decir “familias de afganos en sus manos frías”. Siguió la intensa “Cuarteles de invierno” que empalmaron con la susodicha “Los días raros”, con la que cerraron el círculo y con la que llevaron el concierto a su punto más álgido. La épica de esta canción, con ese vibrante in crescendo que marca David “El Indio” con su batería, seguido luego por todos los instrumentos, resultó impecable para acabar con la intensidad al máximo. Un concierto para el recuerdo.
Fuente: Mondo Sonoro