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Cómo es Donda, lo nuevo de Kanye West

Tras varios retrasos, el disco finalmente ya está disponible.

Si el plan de Dios todavía no ha terminado, como asegura el Sunday Service Choir en ‘24’, lo cierto es que el plan de Kanye West con su álbum “Donda” tampoco parece haberlo hecho. Este domingo ha llegado, después de varios anuncios y retrasos, el –al parecer- secuestrado décimo álbum del rapero nacido en Atlanta, que después de más de un año de su anuncio oficial, después de más de un mes terminándolo e incluso emitiendo en streaming tal proceso… no parece muy terminado. Como una metáfora del plan de nuestro señor Ye West, “Donda”, disco que pueden completar y terminar sus oyentes a través de una app, es un disco que parece inacabado. Como una metáfora también de cuando Prometeo (Kanye) le entrega el fuego al hombre (sus oyentes), esta app les devuelve a los fans una parte del poder que estos le otorgaron al rapero estadounidense. ¿Por qué se sorprende todavía la gente de la repercusión que West genera con cada nuevo giro? Igual que cuando nos quejamos de la parrilla televisiva y nadie ve Mediaset: la gente tiene lo que se merece, y Kanye West, que sigue sin terminar un disco desde 2013, lo ha vuelto a hacer. Lo ha vuelto a dejar a medias.

Si el problema de “The Life of Pablo” fueron la cantidad de veces que West subió y quitó canciones, o alteró versiones de canciones del disco, en “Donda” la cuestión es todavía más peliaguda y nuclear. Pocas canciones de este álbum parecen tener un toque final y se quedan como flotando en medio de la indefinición que define este trabajo… ¿De qué está hablando West? ¿Del amor hacia su madre? ¿De la cultura de la cancelación? ¿De la aflicción que le produce la desintegración de su familia? Es difícil saberlo. “Donda” dura una hora y cuarenta y cinco minutos, tiene veintisiete canciones (cuatro de ellas, las pt.2 sobran sin contemplaciones) y por si estas no son ya suficientemente inconclusas, parecen no guardar prácticamente ninguna relación las unas con las otras en la sucesión del tracklist. A nivel musical sí que lo hacen. El nuevo disco de West está compuesto por tres tipos de canciones: 1) alocuciones de Donda West sobre la dignidad y la libertad de su hijo o el poder de dios, 2) canciones estilo góspel como en el desastroso precursor “Jesus Is King” y 3) temas con un sonido moderno y generalmente solemne cercano al trap, aunque con referencias al estilo pasado de West, como en ‘Believe What I Say’. Y ya está.

La primera canción nos da una pista sobre las fuerzas que realmente empujan este álbum. En ella una voz repite, casi hasta diluir su sentido, el nombre de “Donda”. Y de hecho esa ha sido desde hace más de una década la fuerza que ha empujado el espíritu creativo de Kanye West, la obsesión por la muerte de su madre. La repetición monomaníaca (e inevitable, para que mentirnos) del nombre de su madre expone el estado anímico de West: un hombre cuya inicial fuerza para seguir adelante, se transformó primero en materia de aflicción (“808s & Heartbreaks”), luego en materia de éxtasis (junto a Jackson en “My Beautiful Twisted…”) y a partir de ahí en una fuerza redención para reencontrarse con el Dios del que aparentemente tan alejado estaba en “Yeezus”; la que seguramente sea la obra más transgresora de West hasta la fecha.

La pregunta entonces es ¿Dónde está Dios en “Donda”? En cuanto a alusiones, en todos lados. En cuanto a contenido… Ya es otra cosa. Si hay algún estilo musical en el que la forma no es el contenido, ese será seguramente el hip hop. Las letras de West vuelven a hablarnos de un megalómano, que piensa que hay que defender el capitalismo como estilo de vida por encima del bien, el mal o la sostenibilidad… Y no sólo eso, sino que efectivamente la libertad individual es el bien a defender en la sociedad actual. Esto lo demuestra precisamente en su manera de resaltar figuras como la de DaBaby, Marilyn Manson o Chris Brown; denunciando una realidad afilada y compleja que debe ser revisada y seguramente criticada (la cultura de la cancelación) West confunde los medios con los fines, o no sabemos muy bien qué hace. Pero, pidiendo libertad para expresarse y hacer lo que le venga en gana, incurre en una falacia básica sobre los límites de esa supuesta libertad, exactamente lo que condenó a los personajes que “protege”: que su libertad se basó en la imposición de su voluntad sobre la libertad de otros. Y precisamente el credo cristiano lo que defiende es la resignación de los deseos individuales en beneficio del bien común, por lo que West, para variar, se contradice a sí mismo.

Pero como tampoco vamos a pasarle un test sobre lógica formal, premisas y conclusiones al rapero de Atlanta (ojalá), sólo podemos pedirle lo mismo que al resto de artistas pop: que procure ser un poco más moderado (jaja) a la hora de creerse con derecho a dar lecciones sobre moral a sus oyentes. Si West tiene el poder que tiene es precisamente porque sistemáticamente, por su éxito y buen hacer, la crítica y el público se lo hemos otorgado. Lo que no podemos hacer es simplemente fingir reírnos ahora de su “desquicie” o mirar para otro lado como si lo que esta superestrella cuenta no tuviera que ver con nosotros. Kanye West dice muchas barbaridades, hace muchas barbaridades, y lleva desde 2016 equivocándose con bastante frecuencia a todos los niveles (desde en la moda hasta en la producción de sus discos, pasando por el ridículo apoyo a Trump (no porque fuera Trump), con contadas excepciones); pero precisamente su estatus mediático le da la oportunidad de hablar de temas que parecen tabú en la música actual, como la religión, la corrección política o los trastornos producidos por la cultura de masas.

“Donda” voluntaria o involuntariamente trata todos estos temas y los expone con una visceralidad enorme cuando no está aburriendo al oyente con su extensión o su incongruencia. Y el pop realmente relevante se ha caracterizado siempre por ser capaz de hacer eso: de hablar de cosas candentes y manejarlas de forma sugerente y polémica; de crear con ellas letras o propuestas formales que impacten y resulten memorables para los oyentes; que produzcan versatilidad en la cultura, vamos. Si el último disco de Kanye West no logra materializar esa crítica, al menos sigue luchando (a diferencia de sus predecesores) por poner algo de picante a sus canciones, y, aunque lo haga de forma en ocasiones censurable: busca crecer hacia algo en vez de dejarse envolver por algo ya dado: ese es un ethos que casi-siempre ha caracterizado a Ye y del que más artistas (tal vez no Manson o el notas de DaBaby) podrían contagiarse.

Fuente: Binaural

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